viernes, 12 de febrero de 2010

Merece la alegría

Y tanto que la merece. Parafraseando (me gusta más que el término plagiar) a una persona a la que admiro personal y profesionalmente, días como los de hoy no merecen la pena sino la alegría. Disfrutar de las pequeñas cosas es muy simple, sólo debemos dejar que pasen. El "rivaival" de la juventud tuvo hoy su tercera entrega, hemos pasado del té a la comida mexicana haciendo parada antes en un italiano y noche de copas. Hoy era la tercera vez que nos reencontrábamos en varios meses y después de tantos años, y la verdad es que se agradecen tardes así, donde sin quererlo pasas de contar "¿qué hay de nuevo en tu vida?" a charlar animadamente de política mientras buscamos maripositas, símbolo de una -esperemos que futura- pareja de Pekín Express.

La tarde de reencuentros se ha cerrado con la presentación del libro "La importancia de las cosas" de Marta Rivera de la Cruz, lugar donde previo aviso me he encontrado con Isabel, a la que hacía tiempo que no veía y ya había ganas (este domingo ambas disfrutaremos de la gala de los Goya). Se ha hablado de literatura, de creación, de cómo los lectores se adueñan de las historias y creen saber más de lo que el propio escritor supo al escribir el texto. Mi madre anoche se sentó a mi lado en el sofá y me soltó un "¿Qué querías decir con tu relato?, porque creo que yo lo sé", y empezó a relatarme los motivos por los que mi personaje en mi relato 'El último habitante del planeta' se sentía tan solo. Ella cree saberlo, como también lo supondrán todos los lectores que se hayan paseado por el relato, pero ¿quién tiene razón? todos, indudablemente. Las historias están hechas para que el lector se las apropie, para que ame a un personaje y odie a otro, para que llore con un suceso triste o desgarrador o para que ría a carcajadas ante un absurdo; las historias están también para que se reflexione sobre ellas o simplemente para disfrutarlas sin pensar, para volvernos ansiosos mientras esperamos ver la película para compararla y sobre todo para dejar volar nuestra imaginación. Cada lector se imagina los personajes, los escenarios de una manera y le da forma en su cabeza creando su propio mundo.

¿No es maravilloso?

Dos años después de haber escrito 'El último habitante del planeta' desconozco el final que le acontece a su personaje, quizás mi madre, más sabia y experimentada que yo sí lo haya descubierto, o quizás no, quién sabe. Yo sólo sé que por días como hoy merece la alegría estar aquí.


2 comentarios:

Fernando dijo...

¡Qué bien, una nueva entrada! Ya se echaban de menos :)

María José Romero dijo...

Que poco retórico eres hoy, no fer?? jajaja es raro en ti q tus comentarios sean tan... breves :)

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