viernes, 28 de agosto de 2009

Momentos finales

Sabía que podía oírme, que sentía mi mano acariciando su frente, pero no podía hablar. Sus ojos eran su boca, su mirada sus palabras, yo sólo tenía que descifrar la tristeza que desprendían para saber que no se encontraba bien. Postrado en aquella cama de hospital sin apenas articular palabra ni movimientos, el dolor iba poco a poco a más. No podía imaginar por lo que estaba pasando al verse así. Él, un hombre que siempre había estado en continuo movimiento, que no podía quedarse parado en un sitio. ¿Y esa manía de arreglar cosas? Era todo un manitas inventando artilugios que nos hacía la vida más fácil a los demás. Y ahora no era más que otro anciano cuya vida se consumía poco a poco, un final para una larga vida.

Emigrante en su propio país, trabajó duro para que a su familia no le faltara ni un gramo de leche en polvo. Siempre preocupado por el bienestar común, entregado a los demás. Nada era suyo, todo para el resto. Abandonó la tierra que lo vio nacer buscando mejores condiciones de vida para su familia. Llegó a Andalucía con una esposa y tres hijos que lo adoraban y que le apoyaron siempre en todo momento. Eso nunca cambió, a pesar de los cambios que él sufrió sin ser consciente siquiera de ellos.

Sabía que podía oírme. No le dije nunca lo mucho que le quería, lo bueno que fue siempre conmigo. Esas cosas siempre se presuponen y nos olvidamos que a veces viene bien recordarlo. Pero sé que él lo sabía. Muchas veces, cuando ya había caído enfermo, le repetía a su mujer: “¡Cuánto me quieren mis nietas!”. Y cómo no iba a ser así si él siempre lo dio todo por nosotras.

Atrás quedaron esos tiempos en que les contaba a sus tres nietas pequeñas apretujados en su cama el cuento de “El lobo y los siete cabritillos” que tanto miedo le daba a la más pequeña de sus niñas. Esas mañanas de Navidad saboreando los churros mojados en el chocolate casero que preparaba su esposa. Las comidas donde se celebraba el día del Pilar, patrona de la tierra que lo vio nacer.

Apenas se mantenía consciente y cuando por fin abría los ojos, la impotencia se apoderaba de él. No podía comunicarse, su boca sólo emitía un sonoro suspiro que desgarraba el alma de todo aquel que lo escuchaba. Apenas acertaba a distinguir imágenes perfectas, su visión se había deteriorado y no distinguía más que escenas desenfocadas de una vida a la que ya no pertenecía. Las manos calientes y temblorosas de todo el que se acercaba a él. Sentía cómo le acariciaban suavemente y percibía todo el amor que le intentaban transmitir a través de ese efímero contacto. No podía decirles el dolor que sentía en su cuerpo y en su corazón aunque sus ojos eran un fiel reflejo de su sufrimiento, y ellos lo sabían.

Le tomé de la mano por última vez antes de abandonar la habitación. Sabía que sería la última vez que lo vería, que estuviese a su lado, así que prolongué la caricia todo lo que mi corazón me permitió soportar. Una sensación de desasosiego inundó mi ser. Ya nunca volvería a ser el mismo. La persona que tanto amé había desaparecido poco a poco hasta convertirse en lo que era ahora, una frágil figura de apenas metro y medio, encogida en la incómoda cama de hospital.

Se fue un día para no volver. Dejó incompletos a todos los que habían compartido su vida con él. La vida debe continuar. En su lugar quedan ahora lirios silvestres en el lomo de una colina. En su tierra, la que tanto quiso y a la que nunca pudo regresar.

Hasta siempre.

3 comentarios:

Fernando Toribio Pérez dijo...

Muy bonito y muy buen escrito este sentido recuerdo a tu abuelo.

Anónimo dijo...

Hermoso, Marijose. No he podido evitarlo y también se ha nublado mi visión, pero de otra manera. Me recuerda mucho a mi abuelo ¿por qué se parecerán tanto historias diferentes?
Continúo con el adjetivo...

María José Romero dijo...

Es algo que le debía desde el día en que se fue. He tardado en hacerlo público aunque no en escribirlo, que de eso hace ya mucho.
Todas las historias son iguales diferenciadas por pequeños matices; el sentimiento de pérdida es igual para todos los que lo hemos sentido.
Abrazos!!

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